El diluvio moral
La obra comienza como si no empezara. Hay una elección narrativa deliberada de ironizar sobre los inicios solemnes y bíblicos de los cronistas coloniales. Pero en lugar del arca de Noé, Echeverría nos instala en un escenario de lluvia e inundación, de cielos cerrados, caminos anegados y piedad desbordada. No es un prólogo, sino un bautismo: el agua es símbolo, no sólo de penitencia cuaresmal, sino de un país desbordado por el fanatismo, por la superstición, por la obediencia ciega. El matadero aún no aparece, pero el clima ya está creado: el terror como mandato divino, el enemigo como causa de las desgracias naturales, la religión usada como látigo de control sobre los cuerpos.
Lo que se narra parece trivial: un fenómeno meteorológico y sus efectos en la economía urbana. Pero lo que se representa es mucho más profundo: un país donde la carne es a la vez sustento y pecado, donde el hambre se transforma en castigo, y donde el poder (político, religioso, social) se afirma sobre esa escasez, manejando los cuerpos desde los altares y desde el gobierno. La cuaresma es el dispositivo: detrás de ella, el dogma, la obediencia, la exclusión. En este contexto, los herejes no son religiosos disidentes, sino ciudadanos que no encajan en la máquina moral del régimen.
Alegóricamente, esta primera parte muestra una ciudad sitiada no solo por el agua, sino por el miedo. No hay cuerpos libres, ni pensamiento autónomo: sólo sumisión, rumores, y una atmósfera que va preparando al lector —como se prepara a una víctima— para el sacrificio que vendrá. Echeverría no necesita aún mostrar sangre: el barro alcanza. La alegoría del diluvio es la alegoría de una Argentina enlodada, atrapada entre el agua de la superstición y la sed de orden absoluto. En esta primera escena, el agua no limpia: arrastra.
“Un diluvio sobre las conciencias”
📄 Páginas 1 a 3 del cuento
📄 Equivalentes a páginas 15 a 17 del PDF
📝 Resumen del cuento:
El relato comienza con una Buenos Aires anegada por lluvias excepcionales. El narrador, con tono sarcástico, describe cómo la Iglesia interpreta la inundación como un castigo divino por los pecados del pueblo, en especial por culpa de los unitarios. Se interrumpen las matanzas por quince días debido a la crecida del Riachuelo, lo que genera una crisis de abastecimiento de carne. El hambre se extiende, pero es tolerada como prueba religiosa. El gobierno interviene con tono paternalista y autoriza finalmente la entrada de ganado. El episodio se cierra con la llegada de cincuenta novillos, celebrada con vítores al Restaurador Rosas.
🔍 Interpretación alegórica:
Esta primera parte instala el clima espiritual y político del relato. La lluvia no es solo meteorológica: representa el dominio total de la superstición sobre la razón. El país aparece paralizado, rodeado de agua y dogma. La Iglesia se presenta como autoridad moral que administra incluso los estómagos, y el Estado actúa como garante del miedo. La masa popular obedece sin cuestionar. Alegóricamente, es una escena de formación: no hay aún matadero físico, pero ya hay un matadero mental donde las conciencias están siendo condicionadas para aceptar el castigo como orden natural. El régimen no necesita represión visible: con hambre, sermones y culpa, alcanza.
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