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32. El matadero



El matadero

El umbral de la carne

Con la llegada de los primeros animales al matadero, la narración baja del cielo nublado al barro de la tierra. El relato se adentra en la escena concreta, ruidosa, fangosa y cruel del matadero del Alto, pero lo hace con un pulso simbólico: el matadero no es un lugar solamente físico, sino una condensación alegórica de la Argentina de la época. Se presenta como una especie de microcosmos nacional, un teatro de operaciones donde se entrecruzan el poder, la muerte, la fe y la obediencia. En otras palabras, no es un matadero: es el país disfrazado de matadero.

El detalle es excesivo, grotesco, deliberadamente recargado. La descripción del lugar —los corrales, las cuevas de ratas, la casilla, los zanjones, las paredes con lemas políticos— no está pensada para ilustrar un costumbrismo pintoresco. Es una escenografía moral. Todo está contaminado: el lodo es ideológico, la sangre es política, los carteles de la Federación son una forma de tatuar la barbarie sobre las paredes y sobre las personas. El juez del matadero no es sólo una figura local: es la encarnación del poder delegado, del tirano menor que imita los gestos del dictador.

Las voces de la chusma, los gritos, los perros, las achuradoras, los carniceros, las vejigas infladas, los niños jugando con vísceras: cada imagen funciona como un símbolo más del desorden controlado, del caos dirigido por una autoridad que se regocija en la abyección. Alegóricamente, se ha cruzado un umbral: el matadero ya no es una promesa, es una maquinaria en marcha. La patria se desangra en cuartos de res, el lenguaje se vuelve carne, el rito de matar se convierte en espectáculo, y la masa que observa y participa se vuelve cómplice.

Lo más inquietante de esta parte es su ambivalencia: todo parece naturalizado, festivo incluso, como si el horror fuera costumbre. Pero en esa normalidad se esconde el corazón de la alegoría: un país que ha aprendido a reírse de su propia descomposición, a convertir la crueldad en forma de vida. Echeverría, sin juzgar desde fuera, se mete en la sangre, la exhibe, la amplifica, y le hace decir al lector: “esto no es sólo un matadero, esto es lo que somos cuando dejamos que la brutalidad se vuelva ley”.


“El matadero se pone en marcha”
📄 Páginas 4 a 6 del cuento
📄 Equivalentes a páginas 18 a 20 del PDF

📝 Resumen del cuento:
Se reanuda la matanza. El primer novillo es ofrecido como tributo al Restaurador. La chusma festeja la reapertura del matadero con gritos políticos: “¡Viva la Federación!”, “¡Mueran los salvajes unitarios!”. El texto detalla con crudeza el espacio físico del matadero: zanjones de sangre, barro espeso, cuevas de ratas, la casilla del juez con leyendas políticas pintadas. Se describe una escena grotesca y coral: carniceros embadurnados, mulatas achuradoras disputando vísceras, perros hambrientos, gaviotas revoloteando, y niños jugando con bofes y bolas de barro. Todo transcurre entre suciedad, violencia, risas y gritos.

🔍 Interpretación alegórica:
Esta parte muestra cómo el matadero funciona como representación en miniatura del país. No es solo un lugar de faena: es un teatro político, un espacio de obediencia ritualizada. La masa no solo participa de la matanza: la celebra. Las vísceras se mezclan con las consignas, el barro con los vivas. La violencia no se oculta: es parte de la fiesta. Alegóricamente, lo que se expone es una sociedad modelada por el fanatismo: no hay horror ante la sangre, sino entusiasmo. Todo lo sucio se vuelve “natural”, y lo político se incrusta en lo corporal. Es un pueblo que ha aprendido a matar y reír al mismo tiempo.


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