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33. El matadero


El matadero

El toro como figura

De pronto, un toro. No cualquier animal: uno que desafía el lodo, la docilidad, la rutina del degüello. Este episodio, en apariencia anecdótico, es uno de los momentos más cargados de sentido simbólico de toda la obra. El toro —aún sin nombre— irrumpe en el matadero como una anomalía: no se deja enlazar, no se rinde, no encaja. Es otra cosa. Su sola presencia trastorna el orden establecido y provoca una serie de reacciones desmedidas que delatan algo más profundo que el miedo: delatan el odio hacia aquello que no se somete.

La escena se desarrolla con un ritmo vertiginoso: el animal es perseguido, acorralado, enfrentado con brutalidad. Pero en esa violencia hay una confesión involuntaria: el matadero, tan seguro de sí mismo, no tolera la diferencia. Todo lo que no se entrega mansamente al sacrificio debe ser destruido. Alegóricamente, el toro es una figura que desborda su condición animal. Puede leerse como el individuo libre, como el pensamiento disidente, como el cuerpo indómito, como la fuerza vital no domesticada por el sistema. No importa qué sea exactamente: importa que el matadero no lo puede tolerar.

Echeverría introduce también, con sutileza brutal, una escena que parece quedar en segundo plano, pero que contiene una de las imágenes más violentas y proféticas del relato. Y lo notable es que esa violencia no viene del toro, sino del sistema mismo que intenta capturarlo. Es decir: el desorden no lo genera el disidente, lo genera el régimen al intentar reprimirlo. La sangre que fluye no es castigo por rebeldía: es evidencia de un mecanismo social que, en nombre del orden, destruye incluso lo que no comprende.

Esta parte, en términos de estructura narrativa, es un anticipo. El toro es el ensayo general. La gran víctima todavía no llegó, pero el lector ya presiente que está por entrar en escena. El matadero, como alegoría, se ha desplegado del todo: no es sólo un lugar de muerte física, sino de aniquilación simbólica. Nada puede escapar sin consecuencias. Y lo que escapa, aunque sea por un instante, revela la verdadera cara del poder: su necesidad de convertir la excepción en crimen, y su impulso irrefrenable de degollar lo que no puede controlar.

“El toro que desborda el sistema”
📄 Páginas 7 a 9 del cuento
📄 Equivalentes a páginas 21 a 23 del PDF

📝 Resumen del cuento:
Entre las reses hay un animal ambiguo: parece toro, pero no es seguro. Es fuerte, furioso y se niega a avanzar. La chusma se excita: le gritan, lo provocan, lo insultan llamándolo “unitario”. Finalmente el toro se lanza con violencia, rompe el cerco, escapa y siembra el caos. En la fuga, el lazo con el que intentaban sujetarlo decapita a un niño, pero el episodio es narrado con frialdad. El toro atraviesa calles, atemoriza a vecinos, y termina atrapado en una quinta. Lo devuelven como trofeo. Matasiete —el matón célebre del lugar— lo desjarreta y degüella con destreza. Se confirma que era toro al encontrarle los testículos. La chusma lo ovaciona. Vuelven los vítores y el matambre se le ofrece a Matasiete.

🔍 Interpretación alegórica:
El toro no es solo un animal más: es una figura que rompe la normalidad brutal del matadero. No se deja enlazar, ni matar fácilmente. Desafía el orden con su sola resistencia. Por eso se lo llama “unitario”: cualquier cosa que se niegue a someterse es etiquetada como enemiga. Alegóricamente, el toro representa lo vivo que no puede ser integrado. Y el sistema responde como siempre: con violencia colectiva. La muerte del niño es simbólicamente poderosa: la represión no sólo destruye al rebelde, también mata inocentes. Pero el relato la minimiza porque el sistema no considera tragedia a la muerte individual: solo importa el restablecimiento del orden. El toro degollado no es solo castigo: es advertencia.


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Material complementario
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