La aparición del Otro
Llega, por fin, “el unitario”. No tiene nombre propio, pero su figura irrumpe con una claridad simbólica inmediata. No hay presentación directa: hay un grito que lo señala. Y ese grito —“¡Allí viene un unitario!”— opera como una contraseña colectiva que activa la maquinaria de violencia del matadero. La reacción es automática, ritual: insultos, risas, provocaciones. Ya no se trata de un toro: se trata de un ser humano, identificado como “enemigo” por su ropa, por su modo de montar, por no llevar divisa. En esa escena, lo que aparece no es sólo un personaje, sino la figura completa del Otro: aquel que, por existir, pone en evidencia el fanatismo del grupo.
Alegóricamente, este joven no representa solo a un partido político. Es la figura de la disidencia, la libertad individual, la razón o la dignidad en medio de un mundo embrutecido. En un contexto como el del matadero, donde todo está contaminado por la obediencia ciega y la complicidad feroz, la mera presencia de alguien que no encaja provoca una reacción violenta, casi histérica. No hace falta que el joven diga nada: el cuerpo mismo, el porte, el silencio, ya son ofensivos. El matadero no necesita pruebas: necesita víctimas.
Este momento del relato no se limita a narrar una emboscada. Echeverría compone una escena que condensa la dinámica de todo totalitarismo: la masa necesita enemigos para afirmarse, y los encuentra donde haya diferencia. Lo más notable es que la agresión no parte del poder central —todavía no aparece el juez—, sino de la base misma del sistema: los carniceros, los pibes, la chusma que convierte la política en espectáculo sangriento. El matadero no es una prisión ni un campo de concentración: es una fiesta colectiva del escarnio.
En clave simbólica, el joven unitario es también un espejo. El lector, aunque no lo sepa aún, es convocado a identificarse con él. ¿Quién lee esta historia si no alguien que también disiente, que también está fuera del rebaño? El gesto de apartarse de la muchedumbre, de no llevar divisa, de no gritar vivas forzados, es lo que convierte a esta figura en un centro simbólico. La historia no lo presenta como un héroe, sino como un cuerpo expuesto. Y en esa exposición, se anticipa la tragedia: el matadero no admite espectadores neutrales. Solo hay verdugos o víctimas.
“La aparición del Otro”
📄 Páginas 10 a 12 del cuento
📄 Equivalentes a páginas 24 a 26 del PDF
📝 Resumen del cuento:
Tras la matanza del toro, aparece una figura inesperada: un joven bien vestido, montado con elegancia, sin divisa federal ni señal de luto. La chusma lo identifica enseguida como “unitario” y lo señala con entusiasmo agresivo. Matasiete, sin mediar palabra, se lanza a caballo y lo tira al suelo de una embestida. El joven intenta ir hacia sus armas, pero es reducido violentamente. Lo arrastran entre burlas y empujones. Los espectadores lo rodean como a una res especial. Gritan que es pintor, cajetilla, enemigo del Restaurador. El juez del matadero se aproxima. Comienza el ritual.
🔍 Interpretación alegórica:
Esta parte marca la transición del relato: el matadero deja de ser solo espacio de faena animal para convertirse en teatro de castigo político. El joven no ha hecho nada: su sola apariencia lo convierte en enemigo. Alegóricamente, representa al disidente que ni siquiera necesita hablar para volverse objetivo de odio. La masa no necesita razones: solo una señal que active el deseo de castigo. El matadero funciona como máquina totalitaria, donde cualquier diferencia se transforma en amenaza. Esta escena pone en marcha la lógica del sacrificio humano: el Otro no se mata por lo que hizo, sino por lo que representa. Lo que está en juego es la imposibilidad de coexistir con lo distinto.