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35. El matadero


El ritual del sacrificio

La víctima ya fue identificada. El matadero, ahora, se vuelve escenario litúrgico: todo se organiza para su sacrificio. La violencia no es improvisada ni ciega. Hay un orden, una ceremonia, una estructura perversa en la que cada rol está definido: el juez preside, Matasiete ejecuta, la chusma aplaude. Y el lenguaje se transforma: lo que era juego se vuelve tortura; lo que parecía chiste, ahora es amenaza directa. Todo está orientado a quebrar no solo el cuerpo del joven unitario, sino su dignidad.

En esta escena, Echeverría logra una fusión perfecta entre realismo crudo y alegoría política. No estamos simplemente ante una golpiza: estamos presenciando la puesta en acto de un sistema. Lo que ocurre en la casilla —ese lugar que antes servía para cobrar impuestos y ahora aloja tormentos— es la representación del Estado autoritario en su forma más íntima: el poder humillando para enseñar. Cada gesto tiene un valor ejemplar, no para el castigado, sino para los que miran. La escena es pedagógica: sirve para domesticar al resto.

A nivel simbólico, esta parte del texto revela la mutación del matadero: de carnicería de animales a carnicería de almas. La víctima no es asesinada de inmediato: es torturada, ridiculizada, marcada, “afeitada a la federala”. Hay algo teatral, incluso carnavalesco, en esa violencia. Pero es un carnaval sin inversión de roles: no hay liberación, sino castigo. La ironía de Echeverría es punzante: aquellos que se dicen protectores de la religión y del orden, actúan como salvajes en nombre de la ley.

La alegoría se afila: la tijera que corta la patilla es la censura; la mesa donde se lo ata es el altar del poder; el juez, el sacerdote de una religión invertida donde lo sagrado ya no es Dios, sino el Restaurador. El cuerpo del joven es el texto sobre el que se escribe la obediencia. El matadero no sólo mata: forma. Es un dispositivo de control total sobre la subjetividad, donde cada disidencia estética (cómo se viste, cómo habla, cómo mira) es motivo de punición.

En esta parte, el lector siente la tensión del descenso. Ya no se trata de resistir: se trata de mostrar hasta dónde puede llegar el odio organizado. No hay escapatoria posible. Lo terrible no es solo que el joven sea víctima, sino que todos los que participan lo disfrutan. Y esa es la enseñanza alegórica más brutal: una sociedad puede naturalizar el crimen si logra convertirlo en espectáculo.

“El ritual del sacrificio”
📄 Páginas 13 a 14 del cuento
📄 Equivalentes a páginas 27 a 29 del PDF

📝 Resumen del cuento:
El joven unitario es arrastrado hasta la casilla, convertido en espectáculo. Lo sientan ante el juez del matadero, quien finge un interrogatorio legal mientras permite las burlas, empujones e insultos. El joven resiste con palabras firmes, se niega a usar la divisa federal, desafía verbalmente a sus captores. Lo insultan, lo afean, le cortan las patillas como humillación política (“tusarlo a la federala”), y proponen que lo violenten, que lo “resbaloseen” o lo torturen con la “mashorca”. Finalmente, intentan desnudarlo y atarlo para golpearlo, pero el joven colapsa repentinamente: sangre brota de su boca y nariz. Muere o queda al borde. El juez ordena que lo desaten y da por terminado el acto.

🔍 Interpretación alegórica:
Esta parte es el núcleo ritual del cuento: el sacrificio humano en manos del Estado popularizado. El joven no es castigado por un crimen, sino por ser diferente. Su ropa, su postura, su falta de divisa: todo en él es una ofensa al orden. El matadero se convierte en tribunal, altar y circo. Matasiete ya no mata animales: ahora se mide con personas. Alegóricamente, el unitario es el individuo que encarna la conciencia, la autonomía, la dignidad. La tortura no busca información ni arrepentimiento: busca aniquilar su presencia. El poder no lo mata directamente: lo hace reventar de rabia, de impotencia. La muerte no es física solamente, sino simbólica: es la imposibilidad de seguir existiendo como sujeto frente a una masa desalmada que goza con el sometimiento del otro.


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