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37. Cae la noche tropical



Cae la noche tropical
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Manuel Puig. Wikipedia
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Capítulo uno
La penumbra y el eco de una historia ajena

La novela se abre sin mediaciones, en un presente de intimidad: Nidia está con Luci en un departamento de Río de Janeiro. La hora es el atardecer, ese trecho en que, según dicen, a ambas se les viene encima una tristeza conocida. El clima tropical entra como un tercer personaje: la luz que cae, la humedad, un aire de pausa y cansancio que empuja a hablar bajito, como en confesión.
Desde el arranque, la oralidad organiza todo: no hay narrador que ejecute cortes o explique; el mundo se arma con lo que ellas dicen, callan, repiten o corrigen. En esa música de dos, se perfila la relación entre hermanas: Luci es la anfitriona, tiende a cuidar, a proteger, y cuenta con pudor; Nidia es la recién llegada, escucha con hambre de detalles, pregunta y ordena lo escuchado. La dinámica es amorosa y también muy porteña: afecto directo, ironías suaves, pequeñas chicanas, y una complicidad que viene de una vida entera compartida.
El pasado familiar se cuela por las rendijas: aparece la madre como figura fuerte del recuerdo, con su religiosidad y su temple para los golpes; la evocación no es idéntica para ambas. En Luci, la madre guarda una luz de devoción y consuelo; en Nidia, ese mundo de fe resulta distante, una zona que respeta pero no abraza. También asoma el rastro de pérdidas que marcan la adultez: duelo de parientes cercanos, la hija de Nidia como herida que late, la evidencia de que el tiempo arrastra y no devuelve. El insomnio aparece como signo corporal de esa historia: a la noche, sin ayuda de pastillas, la cabeza queda expuesta a lo que vuelve.
En ese marco, la conversación se centra en Silvia, vecina argentina que vive en Río, psicoanalista, conocida de Luci por visitas frecuentes. Lo de Silvia importa, sí, pero más por cómo lo cuentan y escuchan que por lo que “pasa” en sí: la historia funciona como espejo y motor de la charla entre las hermanas. Luci reconstruye lo que Silvia le confió: que estuvo casada con un argentino, que de ese vínculo hay un hijo, y que más tarde, ya en México, conoció a un hombre cuyo trato y ternura le quedaron tatuados. Ese amor mexicano no fue solo una anécdota: quedó como medida íntima, una vara con la que después comparará todo.
Ya instalada en Brasil, Silvia cae con un virus y termina internada. En el hospital conoce a otro hombre: no es físicamente igual al mexicano, pero la mirada le trae el mismo registro de criatura tierna. Esa correspondencia la desacomoda: la perturba y la ilusiona. Sucede como un relámpago y no vuelve a verlo al salir. Tiempo más tarde, en el consulado argentino, se lo cruza de nuevo. Ahí sí hablan, reconocen el eco del encuentro previo y quedan en tomar un café. Luci reproduce los detalles que Silvia le transmitió y Nidia, fascinada, va pidiendo precisiones: cómo se acercaron, quién habló primero, qué dijo él, qué contestó ella, qué pasó con el marido en ese mismo tiempo, si lo del parecido era solo “la mirada” o también modos, silencios, gestos. Esa maña inquisitiva no es morbo: es la necesidad de entender la mecánica de un vínculo.
La fuerza del relato no está en “lo que hicieron” sino en cómo Silvia lo vivió: Luci traduce con cuidado la sensación de Silvia de estar viendo dibujarse de nuevo al hombre de México, pero corregido. El capítulo se abrocha con esa imagen potente: “Era como si le hubiesen dado un lápiz y ella lo estuviese dibujando, al otro, al de México… con esa mirada exacta de criatura tierna, pero sin los defectos de aquel del pasado… Éste no, era alguien que no se iba a tumbar muy fácil, por más que soplase el peor viento, el viento de las desgracias, y la tristeza.” La escena entera —atardecer, cansancio, insomnio, memoria, la cocina o el living como refugio— queda resonando como un rito nocturno en el que el mundo se sostiene narrándolo.
Mientras todo eso avanza, la relación entre Nidia y Luci se define en capas. Luci tiene una manera cara a cara, amorosa, de escuchar y alojar: en su departamento, en su tono, en su memoria. Nidia aporta el ojo crítico, el orden, la capacidad de nombrar lo que ve, aunque a veces la verdad duela. Cuando hablan de fe o consuelos, Luci puede envidiar a quien “cree” y se ampara; Nidia se mueve en la lucidez sin red, más cansada, pero firme. Las dos comparten la experiencia de la pérdida y la necesidad de compañía. Y en esa compañía, el relato de Silvia es oxígeno.
Todo el capítulo uno, leído de corrido, es un arte de la voz: dos hermanas que piensan en voz alta, comparan, recuerdan, tantean. La novela arranca no con acciones ruidosas, sino con la intimidad como sistema narrativo: una ética de la escucha y una política del cuidado.

Interpretación alegórica

Alegóricamente, el capítulo uno escenifica un umbral. El atardecer no es solo un dato horario; es la metáfora del tramo descendente de la vida. La luz que cae vuelve porosa la memoria: suben las pérdidas, vuelve el insomnio, pesa el día y urgen las palabras. En ese tránsito, la conversación es abrigo: hablar se vuelve modo de seguir.
Luci y Nidia figuran dos energías complementarias de una misma conciencia ante el final: el cuidado que arropa y la razón que ordena; el deseo de encontrar consuelo y la necesidad de mirar de frente. La madre —evocada— funciona como mito familiar de sentido, un recuerdo que promete abrigo a una y la deja fría a la otra; esa asimetría es íntima y a la vez generacional.
Silvia entra como figura del retorno: la vida ofrece dobles, repeticiones nunca idénticas. El hombre del hospital consulariza la hipótesis del doble bueno: no el rubiecito flaco del pasado, sino una variante más sólida, capaz de aguantar el viento de las desgracias. La metáfora del dibujo condensa el gesto: redibujar lo amado sin sus fallas, reponer lo perdido, reescribir la escena con otra tinta. Ese movimiento dice algo de todas: en la vejez, el deseo quizá no entra por el cuerpo propio, sino por la historia del otro, y sin embargo calienta igual.
El hogar es emblema. La novela sugiere que lo doméstico no es pequeño: ahí se cocina la gran épica callada de la vida. El insomnio es el antagonista velado: si dormir es “apagar la mente”, no poder dormir es quedar a solas con lo que reclama sentido. Frente a eso, las voces de Nidia y Luci traman un tejido fino: la palabra como cobija contra la noche.


Diez claves de lectura del capítulo uno

1) Relato como sostén: el capítulo demuestra que contar y escuchar es, literalmente, vivir un poco más.
2) Dúo complementario: Nidia organiza, pregunta, afila; Luci aloja, modula, recuerda. La relación se narra mientras narran.
3) Pasado familiar: la madre como eje de recuerdos y diferencias de fe; el peso de pérdidas que afilan la noche.
4) Insomnio: símbolo del pensamiento sin dique y de la memoria que insiste.
5) Silvia en foco: psicoanalista argentina en Río; matrimonio con argentino, hijo, etapa mexicana, viraje a Brasil.
6) La cadena de encuentros: hospital con virus, mirada que recuerda al mexicano, consulado argentino, café.
7) El doble redibujado: la hipótesis de amar otra vez sin repetir lo frágil del pasado.
8) Espacio doméstico: el departamento como teatro de confidencias; no hay afuera heroico, hay adentro verdadero.
9) Atardecer: el tiempo como metáfora; la luz que cae activa la escucha y la memoria.
10) Ética de la voz: la novela funda una política de la oralidad: el sentido se hace hablando, no dictándolo.

Diez preguntas para reflexionar y conversar en clase


1. Cuadro comparativo de personajes

Armá un cuadro o esquema donde resumas lo que sabemos de Nidia, Luci y Silvia solo en este primer capítulo. Diferenciá: datos biográficos, rol dentro del relato, y cómo se vinculan con la experiencia del deseo y la memoria.


2. El relato dentro del relato

Analizá cómo funciona la historia de Silvia como relato contado por Luci y escuchado por Nidia. ¿Qué agrega cada una (narrar, preguntar, precisar)? ¿Cómo influye la dinámica oral en la intensidad del relato?


3. Atardecer y ambiente

Explicá qué papel cumple el atardecer y la descripción del ambiente en la apertura de la novela. ¿Por qué este momento del día resulta tan significativo para el tono general del capítulo?


4. El tema del “doble”

Interpretá el recurso del “dibujo” con el que Silvia percibe al hombre del hospital/consulado como una versión corregida de su amor mexicano. ¿Qué sentido alegórico tiene este “doble”?


5. El azar como destino

Reflexioná sobre cómo aparecen los lugares —hospital, consulado argentino— en la narración. ¿Qué sugieren estos escenarios respecto al papel del azar y del destino en la vida de Silvia?


6. La escucha como acto vital

Examiná el rol de Nidia como oyente. ¿Por qué sus preguntas son esenciales para sostener el relato? ¿Qué muestra su interés sobre la necesidad de escuchar y compartir la experiencia del otro?


7. La memoria reactivada

Escribí un breve texto interpretativo: ¿qué significa que un hombre nuevo despierte en Silvia el recuerdo intenso de uno pasado? ¿Cómo dialogan memoria y presente en este capítulo?


8. Confidencias en casa

Analizá el lugar del departamento compartido como escenario. ¿Por qué es importante que estas confidencias sucedan en un espacio doméstico y no en un ámbito público? ¿Qué habilita ese contexto para que la historia fluya?


9. La palabra como refugio

¿Qué papel cumple la narración oral en este capítulo? ¿En qué sentido puede pensarse como una forma de sostenerse frente a la soledad, la edad o la melancolía?


10. Lo que se dice y lo que no

Prestá atención a los silencios, las suposiciones y los temas que no se terminan de decir del todo. ¿Cómo trabaja Puig con lo implícito en este diálogo? ¿Qué efecto produce esa ambigüedad?


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