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41. Cae la noche tropical



Manuel Puig, la vanguardia argentina
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Capítulo 5
Caminata de la espera

Resumen

Luci vuelve antes de lo previsto del departamento de Silvia: el calmante la durmió y la conversación se cortó. Nidia, con ese fatalismo cariñoso que la atraviesa, presiente final triste: “esa mujer termina mal”. Pero también está la ansiedad doméstica de Luci por el llamado del Ñato, con el miedo a que “alargue el viaje” o, peor, a que lo convenzan de quedarse. Las hermanas se juran compañía: si él tarda, Nidia se queda más tiempo; no la va a dejar sola. Entre chicanas y afecto, asoma la verdad emocional: a esta edad, lo que queda es el calor —clima y humano—, y verse reducidas “a nosotras dos”, con los hijos lejos o absorbidos por sus vidas.

Para ahuyentar recuerdos, Nidia propone salir. Luci se resiste (“tengo las piernas flojas”), pero la sabe: a Nidia el afuera le alivia el adentro. Salen con lo puesto, comentan el barrio: guardias armados pagados por particulares, la ventana del consultorio encendida (¿Silvia esperando el llamado?), el guardián nocturno joven con “mirada triste”. Nidia proyecta en esas miradas historias de pena; Luci, más seca, baja la espuma. También aparece la política por el rabillo del ojo: militares de alto rango viviendo de incógnito; comparación inevitable con la Argentina.

Vuelven a Silvia y Zé Ferreira. Luci admite que el “primer y único” día que él fue a la casa hay zonas en sombra que Silvia nunca cuenta. Lo que sí se sabe: él llega puntual, nervioso, dice que tiene ganas de verla, se le abalanza casi sin hablar; pasan al dormitorio con las cortinas corridas. Después, café y preguntas que él no responde: se niega a “desahogarse”; la coloca fuera del lugar profesional y la obliga a hablar de sí. Silvia, por pudor, miente: dice que aún ve a dos candidatos viejos (un argentino superficial; un surfista-alma-perdida que intentó convertir terapia en romance). La soledad real queda escondida. Queda claro, también, que lo que la prende de Zé es la iniciativa táctil: que la busquen, que “se le cuelguen”. Esa necesidad de ser buscada arma la trampa de la espera.

En la caminata nocturna, las hermanas miran parejitas jóvenes, autos que arrancan rápido, chicas “con fuego adentro” sin freno materno: nostalgia y alerta. Nidia fantasea con advertirles, pero acepta la impotencia: “ya no te oyen más”. Entre observaciones, irrumpe el duelo: Luisita Brenna —la última compañera de facultad de Luci— murió hace casi un año. Entonces emerge la “Sonatina” de Rubén Darío, recitada de memoria entre titubeos; la poesía actúa como puente sensorial que trae una voz sin rostro de hace décadas, y le afloja las piernas a Nidia. Luci, con ironía afectuosa, corrige las cuentas (“del 25 al 87 son 62”). El capítulo se cierra con el pacto mínimo de cuidado: “volvamos a casa”, “me saco los zapatos” y te cuento “todo lo de la isla”. Afuera, la noche; adentro, la promesa de seguir hablando para no caerse.

Interpretación alegórica

El capítulo hila espera, cuerpo y relato como una misma materia.

La espera como coreografía del cuidado. Hay dos teléfonos que ordenan la noche: el del Ñato y el de Zé. Ninguno suena, pero los dos modelan agendas, miedos y caminatas. Luci cuida a Nidia (“salir te alivia”), Nidia cuida a Luci (“si él tarda, me quedo más”). La salida es un rito contra el encierro: mover el cuerpo para que no se estanque la cabeza. Caminar es rezar con las piernas.

El cuerpo como sismógrafo. Piernas flojas, zapatos que duelen, saco “por si refresca”, el calmante que derrumba a Silvia, el “tirarse encima” de Zé, el “colgarse” de una nieta, el escalofrío que trae una memoria de bar en Talcahuano. El capítulo anota cómo el afecto se escribe en el cuerpo: ansiedad que aprieta, alivio que afloja, deseo que empuja, pudor que frena.

El relato como salvavidas. Silvia reescribe su biografía frente a Zé (miente candidatos) para no quedar “arrumbada”. Nidia y Luci reescriben su juventud con Darío para que la voz vuelva a existir sin la cara. El barrio también se cuenta: guardias, militares, ventanas prendidas. Narrar es salvar lo que se puede del tiempo que pasa y del amor que no vuelve el llamado.

Ética de límites y ternura. Zé se niega a “confesar” ante la profesional; pone un límite sano: no usar la intimidad como consultorio. Luci a veces pincha, pero su pinchazo es cuidado (“no volvámonos atrás”, “no digas ‘el Nene’”). Nidia exagera y Luci la aterriza con humor (“62, no 70 y pico”). El equilibrio entre contención y verdad es la forma de amor de estas dos.

Juventud como espejo invertido. Las chicas que suben al auto condensan el “fuego” y la “sombra” futuras. Las hermanas ven allí su espejo a destiempo: desean advertir, saben que no sirve. Esa impotencia es elegíaca, no amarga: “que tenga suerte”. La suerte —no el mérito— aparece como ley secreta del amor y la vida.

La isla como mito ambiguo. Para Silvia, la isla es el capítulo feliz que quiere contar “siempre”; para Luci, “vacaciones engañan”: lo que importa es “cómo fueron las cosas acá”. La isla queda como paraíso fuera de sistema: de día sublime; de noche, apagón. Es deseo en mayúsculas y, a la vez, vacío cuando se apaga la luz. Metáfora de un amor que fulgura lejos de la vida real y por eso no dura.

Política en penumbras. Guardias privados, militares “civiles”, calles sin uniformes: seguridad como teatro silencioso. Río se muestra bello y blindado; la violencia está sugerida, no explícita. En ese entorno, las mujeres caminan y conversan: la ternura como política mínima.

En conjunto, el capítulo propone que lo que sostiene no es el llamado que llega sino la conversación que continúa. Caminar, recordar, corregirse con cariño, medir el dolor con chistes suaves: la liturgia mínima que permite pasar la noche.

10 claves de lectura

Dos teléfonos, una ansiedad: Ñato y Zé organizan la espera y el humor de la noche.

Salir para poder volver: la caminata como técnica contra el rumiado del encierro.

Calmante vs. llamada: química que apaga vs. palabra que despierta.

El “tirarse encima”: deseo como atajo; intimidad que antecede al relato.

Silvia miente candidatos: dignidad performativa para no quedar “sola y fuera de mercado”.

Zé pone límite: no confesar ante la “psicóloga”; la intimidad no es consultorio.

Miradas del barrio: guardián nocturno, ventana encendida, militares sin uniforme → ciudad en clave baja.

Juventud en auto: fascinación y alarma; suerte como ley del amor.

“Sonatina” como puente: memoria auditiva que devuelve una voz sin rostro y afloja el cuerpo.

Ternura correctiva: ironías cariñosas, cuentas exactas, chicanas suaves → ética doméstica que sostiene.

5 preguntas guía para reflexionar

¿Qué esperas estructuran tus días aunque nunca “suene el teléfono”?

¿Cuándo el cuerpo te avisa (dolor, flojera, escalofrío) lo que la mente no puede decir?

¿Dónde está el límite entre contención profesional y vínculo afectivo cuando hay dolor de fondo?

¿Qué “islas” idealizás y qué pasa cuando se apaga la luz?

¿Qué gestos chiquitos de ternura (correcciones, chistes, caminar al lado) sostienen mejor que cualquier gran discurso?

*

Capítulo 6
La isla y sus tormentas

Resumen

La escena comienza con Luci regresando de ver a Silvia, la vecina, trayendo un libro prestado: la biografía de Vivien Leigh. El detalle ya muestra la trama de espejos entre las vidas de las hermanas y los personajes de ficción o de la pantalla. El tema del teléfono vuelve a ser central: Silvia espera ansiosa la llamada de Ferreira, tanto que hasta el guardián del edificio se convierte en mediador involuntario. Nidia y Luci comentan la obsesión, entre la lástima y la crítica.

La narración se traslada al relato del viaje de Silvia con Ferreira a una isla paradisíaca, en el marco de un congreso de psicología. Todo el itinerario se reconstruye en detalle: la partida en micros desde Río, el lanchón hacia la isla, los hoteles encalados, la rutina de sesiones académicas y excursiones. El contraste entre el marco profesional y la pasión clandestina se acentúa: ella lo lleva con engaños (pagando sus gastos sin que él lo sepa), él redescubre la pesca como aventura juvenil.

En la isla, se marca un ritmo de encuentros fugaces: ella asistiendo a las reuniones, él saliendo todas las noches con los pescadores, revitalizado por el aire del mar. Ella lo espera, lo despierta, organiza su alimentación, trata de encauzar esa vitalidad en un lazo afectivo. Pero el verdadero entusiasmo de Ferreira parece estar en las barcazas, no en ella. Silvia se debate entre sentirse feliz por verlo recobrar alegría y angustiada por descubrir que no es a ella a quien necesita.

Momentos clave: el relato de la caminata nocturna a la luz de la luna, que para Silvia era símbolo de un amor soñado, pero que Ferreira vive con distancia; la escena en que Silvia, al sorprenderlo con la portuguesa, experimenta celos y un extraño impulso de “prestarlo” un rato, gesto que mezcla generosidad y desesperación; el episodio del desayuno tardío y el picnic en la selva, donde Ferreira se muestra locuaz, lleno de recuerdos marineros y comparaciones del mar con el cuerpo femenino.

El regreso marca el cierre abrupto: en el ómnibus de vuelta, ella confiesa su dependencia, su imposibilidad de dar un paso sin él; él, en cambio, se despide con cortesía fría frente al Hotel Marina Palace. Desde entonces, no la volvió a llamar. La ilusión se quiebra, y lo único que queda es la repetición obsesiva del relato, como si al contarlo pudiera encontrarle un sentido.

El capítulo termina con un clima de madrugada, a las tres y veinte, cuando Nidia y Luci oyen el portero eléctrico: Silvia está mal. La espera de la llamada se transforma en crisis.

Interpretación alegórica

Este capítulo funciona como eje de toda la novela: la ilusión amorosa, el deseo de rescate, y la conciencia dolorosa de que el otro puede escaparse como agua entre los dedos. La isla aparece como metáfora múltiple:

Paraíso deseado, donde se condensa la fantasía del amor perfecto.

Escenario ambiguo, con belleza natural deslumbrante y, al mismo tiempo, tensiones ocultas: celos, soledad, desencuentros.

Símbolo del aislamiento: aunque rodeada de gente en el congreso, Silvia vive su experiencia en un encierro afectivo, dependiendo de la presencia y las reacciones de Ferreira.

Ferreira encarna el doble movimiento: hombre gris en la ciudad, rejuvenecido en el mar. La pesca lo devuelve a la juventud perdida, a la libertad de los veinte años. Para Silvia, ese entusiasmo es doble filo: lo ama más al verlo revivir, pero también comprende que ese renacimiento no es obra suya, sino del mar. El verdadero “rival” de Silvia no es otra mujer, sino el océano, la llamada de lo salvaje.

La figura de la portuguesa añade un matiz: su presencia activa la inseguridad de Silvia, que llega a fantasear con cederle a Ferreira. La escena en que lo sorprende encima de la portuguesa, como salvavidas que insufla oxígeno, tiene una densidad simbólica: para Silvia, ese aire vital que él da es el mismo que ella anhela para sí, la posibilidad de no ahogarse en su propia soledad.

El episodio revela la paradoja del amor en la novela: se busca en el otro un salvavidas, una tabla de náufrago, pero el otro también está atrapado en sus propios abismos. Silvia, psicóloga habituada a escuchar, quiere saberlo todo de Ferreira, hasta el último recuerdo, para “regalarle un futuro”. Pero el futuro es imposible de controlar, y el hombre se le escapa, fiel al impulso del viento y del mar.

El tono de las hermanas al comentar esta historia refuerza la lectura alegórica: Nidia la reduce a la lógica de “si no llama es porque no quiere”, Luci se aferra a la ternura y la espera. Entre ambas aparece la sabiduría amarga de la vejez: la experiencia enseña que la suerte gobierna más que los méritos, que el amor se juega en azares mínimos —un llamado atendido o perdido, un viaje compartido o frustrado.

La biografía de Vivien Leigh y la mención a la “Sonatina” de Rubén Darío funcionan como ecos literarios: vidas y voces que, como la de Silvia, estuvieron marcadas por la fragilidad, la pasión desbordada y el destino trágico.

El cierre, con la llamada del guardián avisando que Silvia está mal, marca el pasaje de la espera obsesiva a la enfermedad: el amor no correspondido se transforma en padecimiento físico, como si el cuerpo mismo no soportara la frustración.

10 claves de lectura

La isla paradisíaca: metáfora del amor ideal, siempre inalcanzable.

Ferreira pescador: la juventud reencontrada, pero lejos de Silvia.

El mar como cuerpo femenino: deseo, capricho y peligro.

La portuguesa: espejo de la soledad de Silvia, catalizadora de celos.

La caminata lunar: fantasía de intimidad que nunca se concreta.

El ómnibus de regreso: símbolo de la despedida abrupta, del fin del hechizo.

El teléfono que no suena: alegoría del silencio, de la imposibilidad de contacto.

La poesía de Darío: la ilusión juvenil, la promesa de un caballero salvador que nunca llega.

El guardián nocturno: figura de vigilancia y testigo de la espera.

La enfermedad de Silvia: la pasión no correspondida deviene dolencia, cuerpo quebrado.

5 preguntas guía para reflexionar

¿La isla ofrece una experiencia de amor verdadero o es sólo un espejismo turístico?

¿Ferreira se rejuvenece gracias al mar o gracias a Silvia? ¿Qué lugar ocupa ella en ese renacimiento?

¿Qué revela la escena con la portuguesa sobre los límites entre celos, generosidad y desesperación?

¿En qué sentido la metáfora del mar como cuerpo femenino invierte los roles de género?

¿Qué nos dice el desenlace —la ausencia de llamados, la enfermedad de Silvia— sobre la fragilidad de toda ilusión amorosa?