Capítulo 9
Ángel entre escombros
Resumen
El capítulo se arma como un juego de cartas cruzadas que reorganiza, con pragmatismo doméstico, el mapa afectivo y material de las protagonistas.
Uno. Carta del Ñato a Nidia (Lucerna, veintisiete de octubre de mil novecientos ochenta y siete). Informa que Luci sigue en cama y afónica, recuerda la diferencia horaria con Brasil y el costo de llamadas, y adelanta una decisión firme: levantar el departamento de Río y liquidar “todo lo de allá” hacia fin de año, cuando Europa entra en receso. Pide que Nidia vuelva cuanto antes a Buenos Aires —la imagina frágil y sola—, transmite los cariños de Luci y deja teléfonos de oficina y casa para resolver pasajes con Teresa, su exsecretaria. El tono es ejecutivo: cuidar a Nidia equivale a replegar recursos y cerrar capítulos.
Dos. Carta de Nidia a Luci (Río, cuatro de noviembre de mil novecientos ochenta y siete). Nidia contesta con humor y desparpajo: se “emancipó”, extraña buñuelos, riega plantas y conversa cada tarde con Ronaldo, el vigía del edificio de Silvia. En clave de chisme tierno, revela que la psicóloga recibe, esporádicamente y de noche, visitas de dos “festejantes” (el surfista y un argentino viajante), y acaso un tercero brasileño; nunca duermen allí y los encuentros duran un par de horas. Sobre Ferreira, nada: no volvió. Nidia intercala escenas del trabajo precario: el jolsito sin ventilación, la obra en construcción como dormitorio clandestino, la cocina de ladrillos y carbón, los porotos y el arroz; y el relato de infancia de Ronaldo, entre alegría de pueblo, duelo del padre, padrastro violento y una fe obstinada en que “van a volver los buenos tiempos”. Nidia, conmovida, le cose ropa a la esposa del muchacho (Wilma) y fantasea una solución triple: alquilar o comprarle a Luci el departamento, quedarse a vivir en Río y alojar a la pareja en la habitación libre. Cierra con detalles íntimos de jardinería, como un pulso de salud: ajustar riegos a la tarde para “levantar” hojas vencidas.
Tres. Carta de Nidia al Nene (Río, cuatro de noviembre de 1987, con posdata). Tras una llamada tensa, Nidia anuncia un dispositivo de cuidado integral: desde esta noche dormirá con ella una niñera adolescente del edificio; además, contratará al sereno del edificio vecino para acompañarla en caminatas diarias y en las compras de feria. Declara su decisión “drástica”: quedarse a vivir en Río por salud; si Luci necesita vender, ella quiere comprarle el departamento (o alquilárselo mientras vende el de la calle Irala). Opina, con delicadeza, sobre la eventual nueva pareja de Ignacio; y en la posdata le reprocha al hijo el tono áspero y le pide sinceridad respecto de “una muchacha grande” que ronda en casa. La ética de Nidia combina franqueza, táctica y una ternura que organiza recursos.
En conjunto, las cartas desplazan el eje: del gran amor incierto (Ferreira) a la microeconomía del amparo —quién duerme con quién, quién acompaña, quién riega—. Lo íntimo se sostiene con arreglos, llaves y horarios más que con promesas.
Interpretación alegórica
El capítulo dramatiza una política del cuidado donde el refugio no es un sentimiento abstracto sino una red de contratos mínimos: dormir acompañada, caminar con un sereno, coser para la esposa de un vigía, ofrecer una pieza, alquilar o comprar el departamento. El “techo” afectivo se construye con pactos cotidianos que corren por fuera del parentesco formal y del romance canónico.
En ese tejido aparece la clase como gramática silenciosa: Ronaldo encarna la intemperie estructural (noche en el jolsito, obra como dormitorio, cocina de ladrillos), pero su relato vital contagia una alegría que Nidia percibe casi “angélica”. Puig corrige el exotismo con una escucha concreta: comida, dientes, bailes, colchones, porotos machacados; el detalle material desactiva la compasión fácil y vuelve reconocible al otro.
La carta funciona como tecnología de gobierno de sí: Nidia escribe y, al escribir, ordena su vejez —dieta, paseos, acompañantes, trámites, mudanzas—. El deseo también se reescribe: Silvia opta por vínculos “prácticos”, visitas sin pernocte ni compromiso; el amor se administra como energía escasa. No hay cinismo: hay economía afectiva en tiempo de inflación moral.
El departamento es el gran símbolo: bien raíz, cuerpo y guarida. Decidir quién lo habita, en qué condiciones y a qué precio es decidir quién respira. Por eso el Ñato busca cerrar y Nidia busca abrir; uno piensa en eficiencia patrimonial, la otra en salud y comunidad. Entre ambos, Luci —ausente y enferma— se vuelve el fantasma de autoridad que autoriza o impugna.
Finalmente, el capítulo ensaya una ética de la ternura organizada: no idealiza, contabiliza. No promete para siempre, acuerda para esta noche. La vejez, lejos de la pasividad, aparece como capacidad de montar un dispositivo: una cama para la niñera, una caminata segura, una feria con flores, una pieza ofrecida a una pareja que empieza. Allí, el cuidado deja de ser “ayuda” y se vuelve arquitectura de lo vivible.
Diez claves de lectura
Tríptico epistolar: tres cartas que entretejen logística, economía y afectos en voz baja.
Contrato vs. promesa: dormir acompañada, caminar custodiada, alojar a la pareja; pactos que valen más que declaraciones.
Departamento-santuario: bien raíz como cuerpo extendido; vender, alquilar o habitar decide quién queda a resguardo.
Economía del deseo: en Silvia, citas breves sin pernocte; energía afectiva administrada como recurso finito.
Clase y ternura: Ronaldo pasa de “negrito cualquiera” a “ángel” por la vía del detalle material y la escucha.
Cocina de ladrillos: la precariedad como escena pedagógica; con casi nada, se arma calor y alimento.
Jardín como barómetro: riegos a la tarde para “levantar” hojas; manual de autocuidado en clave vegetal.
Escritura que gobierna: la carta como plan de acción, no desahogo; Nidia se organiza escribiendo.
Humor como escudo: buñuelos, chismes y “me emancipé” amortiguan noticias duras y tensiones filiales.
Cuidado remunerado y afectivo: niñera, sereno, muchacha por horas; la red combina pago, afecto y reciprocidad.
Cinco preguntas guía para reflexionar
¿Qué habilitan los contratos mínimos (cama, paseo, llave) que el gran relato amoroso no estaba logrando habilitar?
¿Cómo opera el detalle material (comidas, colchón, jolsito) para desarmar prejuicios de clase y producir empatía concreta?
¿En qué sentido la carta transforma a Nidia de “sujeta cuidada” en diseñadora de su propio dispositivo de amparo?
¿Qué nos dice la gestión del departamento sobre el cruce entre patrimonio, salud y pertenencia afectiva?
¿La practicidad amorosa de Silvia es resignación o una forma lúcida de cuidar su energía en la intemperie?
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Capítulo 10
Piezas, mantas y contratos
Resumen
El capítulo se despliega como un mosaico epistolar donde cada carta ajusta tornillos de un mismo dispositivo: armar un techo de cuidado con pactos concretos, mientras se tramita el duelo por Luci y se reequilibran fuerzas entre Río y Lucerna.
Uno. Carta de Silvia a Alfredo (Río de Janeiro, doce de noviembre de mil novecientos ochenta y siete). Silvia agradece la confianza, nombra sin rodeos su pena por Luci —“refugio”, “pedacito de Argentina”— y contrasta temperamentos: el romanticismo de Luci la completaba; con Nidia, en cambio, se espejan en la practicidad y por eso dialogan menos. Toma partido a favor de la independencia de Nidia: la ausencia de Luci no debería desactivar sus planes porque “sus bases afectivas ahora son otras”. Para fundamentarlo, transcribe la carta que Nidia le pide traducir al portugués y que está dirigida a Wilma, la esposa de Ronaldo: una invitación a Río con promesa de pieza digna, trabajo doméstico compartido (ruleros, peinados, riegos) y consuelo por las hijas muertas de ambas. La voz de Nidia aparece tierna, directa y organizadora. Cierra Silvia con un diagnóstico prudente sobre Ronaldo: jovial, pero con arrebatos infantiles autodestructivos; “mentalidad detenida en los doce años”. No obstante, relativiza: si se espera vínculos sin neurosis, se termina “con la linterna de Diógenes”.
Dos. Carta breve del Ñato a Nidia (Lucerna, diecinueve de noviembre de mil novecientos ochenta y siete). Avanza que viajará a Río cerca del veinte de diciembre, sugiere que Nidia pase las fiestas en Buenos Aires y pospone la decisión sobre el departamento a una charla presencial. El tono es cuidadoso, pero dilatorio.
Tres. Carta extensa de Nidia a Luci (Río, veinticinco de noviembre de mil novecientos ochenta y siete, con posdata). Nidia se impacienta con el misterio del Ñato y defiende su plan de afincarse en Río; pide una manta de regalo y recuerda la logística: frazadas, muebles, cortinas. Despliega chismes “medicinales”: Silvia llamó a Ferreira, se vieron, hubo encuentro sexual, y él confesó estar en relación estable con una profesora de matemáticas, soltera y mayor, a quien “inició” de joven y por la que arrastra culpa. Silvia reinterpreta su propio lugar como amante sin compromiso y “cuestionadora” de él; Nidia le contesta con realismo: “si te enamorás de veras, la conveniencia es estar al lado”.
Sigue una crónica cruda de clase y sexualidad: la obra sin sereno, las visitas nocturnas de empleadas domésticas del Norte, la cachaça, los colchones en el suelo, el sótano del edificio como escondite; y la biografía de Ronaldo trenzada con fe popular (piezas del más allá) frente a la incredulidad de Nidia, que sin embargo envidia ese consuelo. Entre medio, Nidia cuenta un golpe en la pierna, la visita de Silvia y copia —ya sin traducción— la carta de Wilma, de una religiosidad humilde y luminosa: hambre administrada, deseo de reunirse, pedido de que la suegra se vaya a Recife, escenas de cuidado y visiones de la hija muerta “gordita y sanita”. La carta dispara en Nidia una memoria familiar: la madre no creyente, el tío Anténore muerto en Salónica, el “para siempre” del duelo. Cierra con humor práctico y un ruego: que no le oculten nada, y que no se olviden de la manta.
En conjunto, las cartas cambian el eje: del amor como destino a la ternura como organización. Lo que sostiene es quién duerme con quién, quién acompaña a caminar, qué pieza se abre, qué manta cubre a cuál cuerpo.
Interpretación alegórica
El capítulo plantea una ética del amparo basada en contratos mínimos: dormir acompañada por una niñera, caminar con un sereno, coser para la esposa del vigía, ofrecer una pieza y pedir una manta. El departamento deja de ser un simple activo: es cuerpo ampliado y bien común donde se negocian salud, pertenencia y clase.
Silvia intenta pensar el amor con categorías psico-sociales (“cuestionar”, “pequeña burguesía”) y con un realismo clínico que diagnostica a Ronaldo; Nidia, en cambio, sutura con logística, comida y risa: no teoriza, arma. Puig arma el contrapunto sin caricaturas: la lucidez analítica de Silvia también protege; la ingeniería doméstica de Nidia también piensa.
La fe de Wilma introduce una tercera vía: si el romanticismo de Luci era estética y la practicidad de Nidia es técnica, la devoción de Wilma es energía psíquica que permite seguir. Nidia, no creyente, la envidia: intuye que imaginar “piezas del más allá” ordena el dolor. La novela así dibuja tres gramáticas de sostén: imaginación, organización, creencia.
El deseo pasa a régimen de administración: Silvia reconfigura su lugar como amante con “menos compromiso”; Nidia descree del discurso y lo devuelve a una fórmula dura y compasiva: “él no se enamoró”. El amor como economía: se decide por horas, sin pernocte, con llamados que abren y cierran “piezas”.
Finalmente, el capítulo insiste en el detalle material —ruleros, frazadas, porotos machacados, colchones, cachaça— como antídoto contra la abstracción: se cuida con objetos y horarios. La manta deviene emblema: calor que se comparte y prueba de que la ternura es, antes que idea, cobertura específica.
Diez claves de lectura
Tríptico de voces: Silvia legitima, el Ñato dilata, Nidia decide; tres modos de administrar lo real.
Contrato de mantas: frazadas, muebles, llaves; el amparo se firma con telas y domicilios.
Departamento-cuerpo: habitar, alquilar o vender define quién respira y con quién.
Economía del deseo: citas sin pernocte, amante “que cuestiona”, culpa como motor; amor bajo presupuesto emocional.
Clase sin eufemismos: obra sin sereno, sótano, visitas nocturnas; el sexo como respiro y riesgo.
Fe versus lucidez: “piezas del más allá” de Wilma frente a la incredulidad de Nidia; dos modos de tratar la pérdida.
Diagnóstico de Ronaldo: alegría “angélica” y estallidos infantiles; ternura que no borra el peligro.
Escritura que organiza: cartas como manual de operaciones (quién duerme, quién acompaña, a qué hora regar).
Humor como válvula: chisme “terapéutico” para templar golpes y demoras.
Manta como símbolo: cubrir a una tercera persona vuelve público lo que era privado: la ternura se socializa.
Cinco preguntas guía para reflexionar
¿Qué problemas reales resuelve la logística de Nidia que el discurso amoroso de Silvia no alcanza a resolver?
¿Cómo reordena la lectura del deseo el giro de Silvia a “amante que cuestiona” y el contraargumento sobrio de Nidia?
¿En qué medida la carta de Wilma introduce una ética del cuidado fundada en la creencia y no en la planeación?
¿Qué revela la “manta” sobre el pasaje de propiedad privada a bien compartido en el ecosistema del edificio?
¿Cómo pensar a Ronaldo sin exotismo: como sujeto de ternura y también de riesgo, dentro del dispositivo de amparo?
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